martes, 9 de diciembre de 2008

una imagen digna del renacimiento

¿te pasa algo?nada te pasa algo, nada. te pasa algo nada. nada. nada. nada. dejá.



y después apaga la luz y se mete en su cama con los dientes lavados y la humedad entre la ropa y entre las sábanas.
y llora un llanto completamente planeado, premeditado y débilmente alcanzado. Todo lo que no dijo, cada mirada para abajo, cada nada, cada evasiva, cada carita de ofendida.Todo eso le anudó más la garganta.Ahora llora más cuando se da cuenta de que ella es siempre la protagonista de una telenovela en su cuarto. su cuarto de amigas. ese cuarto bien podría ser el de un convento, donde un chico la encuentra durmiendo como un ángel con un hombro y el culo semidescubiertos. Una imagen digna del renacimiento. Entonces el chico aparece y ella está muy dormida pero siempre bella en el sueño. Y primero le habla como si nada hasta que descubre la impertinencia de su atuendo y se tapa con el acolchado rosa muy acolchado hasta la nariz. Y pasa a estar despierta en menos de diez segundos. Y lo mira reprobándolo y aprobándolo al mismo tiempo. Y los dos tienen miedo (ella más, a él lo están por echar y repitió de año pero tiene moto, osea, ya está jugado) de que aparezcan las monjas.
y ella le dice ¿qué hacés acá? cuando sabe perfectamente lo que él hace ahí. Y se miran. Y ella sonríe y mira para otro lado. Y él quizás se anima a tocarle la mejilla, o algo. Y le miente o no. Habla de un plan. De la ayuda que necesita de ella. Y ella siempre en un dilema. A veces piensa , cuando está sola ¿por qué me tocó ser así? ¿Por qué no tengo esta convicción? ¿O aquella? Cualquier convicción. ¿Por qué pienso que unas cosas sí están bien y otras quizás no tanto y depende? Pero en ese momento no está pensando en eso. Está mirándole los ojos a él. El pelo mojado y despeinado. El olor a cigarrillo. El pasto en la remera blanca. El jopo que se la arma solo. El agujero del jean. El olor a nafta y a menta. Esa menta es confusa, es chicle? es pastilla? es alcohol? O se lavó los dientes para ir a verla a ella. Por momentos todo podría desmoronarse entre ellos cuando ella ve sus mecanismos. Cuando lo imagina eligiendo esa remera sucia o despeinándose el pelo en el baño del tercer piso. Pero no. Ella se sumergió. Y están surmergidos. Se miran, sonríen, miran al costado, se pelean hablando bien bajito (no vayan a despertar a la roomate) y acercan las caras y las alejan y se ponen muy serios y se miran en silencio. Y ella le pega retándolo y él le toca el pelo y ella que le pega de nuevo y se miran de nuevo y se callan y él habla y ella escucha y se agarran las manos con una excusa vinculada al plan y se sueltan y se agarran otras partecitas con otras excusas. Hasta que

Ruidos. Un ruido tremendo. La monja gorda de los pasillos. Se balancea acompañada de un perro blanco que va unos pasos adelante de ella. Y ellos se miran atemorizados. La monja se acerca. Lo pueden sentir. Se miran. No hay nada que hacer. Y entonces nada los une más. Y llega el momento cumbre. Ella sin pensar, sin mirar. Lo mete adentro de su cama y le cubre hasta la cabeza. Menos mal que él es petiso. Apoya la cabeza sobre la panza de ella y le moja la remera con el pelo. Cierra los ojos. La monja entra a la habitación y se queda un momento en silencio. Ella parece igual de dormida que su compañera. El bulto de su cama es sólo el acolchado que forma figuras humanas en la oscuridad como la arena. La monja de los pasillos se aleja con un farol en la mano.
Y así, se duermen.
Y así, se duerme ella casi siempre que no se puede dormir.