martes, 14 de julio de 2009

la mujer que odiaba a los niños



Existió una vez una mujer.
Una mujer que despreciaba profundamente a los niños.
Su vida estaba llegando al ocaso. Había probado distintos sabores. Pisado diferentes tipos de suelo. Había experimentado el sobrepeso y enfermedades de trastornos alimenticios. Había tenido intensas relaciones con hombres, mujeres y animales. Se había deprimido. Había sido feliz. Había cumplido una misión en el mundo. Se había sacrificado por otros y otros se habían sacrificado por ella. Había escuchado conversaciones del otro lado de la puerta. Había pasado límites. Había movido la balanza hacia el lado correcto. Había sido pura. Sido hermosa. Había sabido guardar secretos. Pero nunca había querido a ningún niño.
Exteriormente había simulado indiferencia pero por dentro en su corazón la recorría un fuego azulado, lleno de ira, de diablos adentro diablos.
Una gran amiga de ella quiso exorcizarla. Hacerla amar a los niños como a la pureza misma de la vida, como a uno mismo alguna vez, como a cualquier humano fácil de amar.
La hizo conocer a los niños más adorables, amables, puros, perspicaces, inteligentes, bellos, audaces, originales, comunes, especiales, maduros, infantiles, sociables, herméticos, sanos, enfermos, polémicos, cambiantes, tranquilos, parecidos a ella, opuestos, precoces, con problemas de adaptación, extranjeros, malformados, sinceros, juguetones, aristócratas, muy pobres, aburridos, llenos de chispa, antipáticos, misóginos, espléndidos, fóbicos, modernos, adaptables, complicados, ignorantes, proporcionados, callados, imaginativos, eclécticos, insignificantes, voraces, curiosos, maleables.
Día tras día una cola de niños entre 6 meses y 13 años se acumulaba frente a la casa de la longeva señora. Ella les abría la puerta y observaba en perspectiva al resto de los niños muertos de frío que venían de todas partes del mundo a conquistarla a ella: la mujer que los odiaba sin razón aparente. Su amiga cuidaba a los niños de las atrocidades que ella podía llegar a cometer contra los visitantes. Aunque la mayoría de las veces eran ignorados, algunos recibían golpes, escupitajos, insultos incomprensible, falsos consejos y obscenidades.

Un día la mujer no pudo levantarse más de la cama. Le daban de comer sopa de sémola. Era lo único que quería día tras día. Los niños le traían regalos, ofrendas, cartas, le hacían serenatas nocturnas desde afuera. Llegaron a construirle un pequeño altar.
La mujer tiritaba de frío y su amiga le agregaba más y más frazadas. Se quedaba a su lado, sentada sobre un almohadoncito de pana verde. Los niños llegaban hasta el vestíbulo de la casa y conversaban un rato con la amiga que les ofrecía te, sopa o leche chocolatada. Algunos niños llegaban con traductores y hasta con eminencias médicas contratadas. La amiga se negaba a que vieran a la mujer. Los niños que la habían podido ver antes de esta terrible afección comentaban felices cada detalle, describían sus gestos. Uno de ellos llegó a decir que le había sonreído durante una milésima de segundo con sinceridad. Un argentinito de 9 años. Los niños formaron una ronda alrededor de él. Crearon un mito alrededor de él. Armaron un pequeño sindicato infantil y decidieron por unanimidad que ese niño, cuyo nombre era quizás el más ordinario de la Tierra, volvería a entrar y lograría ver a la mujer en representación de todos. Los niños entusiasmados le confeccionaron un traje, lo plancharon, le mejoraron la postura, los dientes, el habla, el pelo. Le inventaron detalles que creyeron podría llegar a interesar a la mujer a pesar de ser para ella una pequeña ratita. Le hicieron estudiar los detalles de la señora. Le guionaron cada palabra que iría a decir, cada pausa, cada gesto. La visita tenía que ser perfecta.
El niño se arrepintió a último momento. La multitud lo abucheó de tal forma que tomó aún más valor para entrar.
Tocó la puerta y la amiga le abrió. Usaba un delantal con un cocinero gordo estampado en la zona del abdomen. Le ofreció budín de naranja y te. El niño rechazó todo gentilmente. Pidió un vaso de agua. Sin importar que sea de la canilla, aclaró elevando un poco el tono de voz porque la mujer ya estaba en la cocina. Ahí voy, decía la amable señora cortando un pedazo de budín. Su voz reverberaba en las paredes de la casa oscura. El niño se impacientó. Le empezaron a temblar las manos y los brazos y todo el cuerpo a la vez. La amiga conversadora no paraba de preguntarle por la escuela, los padres, los hermanos, los otros niños de afuera. El chico contestaba sin pensar mucho las respuestas. Eso no lo tenía escrito. Y sabía que tampoco era importante. Miraba hacia todos lados. La amiga en la cocina no paraba de hablar, ni siquiera le dejaba tiempo de responder.
El niño de nombre ordinario empezó a caminar sigilosamente por el pasillo. Su cuerpo empezó a flotar para que nadie pudiera sentir sus movimientos. Por fin encontró una habitación de la que salía un extraño olor esterilizado. La puerta estaba entreabierta. La giró muy suave. Y entró. Ahí estaba. La mujer dormida sobre las sábanas de seda. Parecía un ángel. Completamente atemporal. Igual al personaje de una película prohibida. Una música hermosa sonaba en la mente del niño, que se acercaba con cuidado a la cama. Le tocó el pelo color ceniza. Y los párpados. Y las mejillas calentitas. Y la punta de la nariz. Las comisuras del los labios. La mujer dormida respiraba despacio. El niño pensó en el mar a la noche. Su cara se mecía respirando. El niño la besó. Un besito seco, primerizo e insonoro. Le cayó una lágrima por la mejilla izquierda. A la mujer también.

miércoles, 1 de julio de 2009

JORGE



JORGE / escenas sin terminar.

* viernes 17 de julio 22hs * domingo 19 de julio 20hs
* viernes 24 de julio 22hs * sábado 25 de julio 22hs

EL SÓTANO / TEODORO GARCÍA 3234 / ENTRADA $10

iair said, ignacio sánchez mestre, katia szechtman, laila maltz, lucía maciel, mariel fernández, paula baldini, paula grinszpan, tamara kachanoski y valeria valente.